jueves, 10 de septiembre de 2020

Volver a la versión clásica

Cuando intentaba publicar esta entrada, al abrir el blog, me ha salido una ventana en la que se me preguntaba si quería volver a la versión clásica; por desconocimiento o precipitación, la he cerrado, y me ha salido la nueva versión. Este nuevo formato no me ha gustado nada y por suerte he podido, volver a la versión clásica, después de darle muchas vueltas al asunto.
Empiezo así, aunque no era mi intención hacerlo de esta manera. Pensaba en títulos como: Pandemia y Psicoanálisis, o, El virus y las relaciones sociales,o, La nueva normalidad. Pero al pensar en estos títulos me venían a la memoria la cantidad de artículos y conferencias que se han publicado y se han dado, a propósito del tema, y me he dicho, ¿Qué más puedo añadir yo?
No se me ha ocurrido nada que pudiera ser interesante, como no fuera decir que esto de La nueva normalidad, me parece una cosa absurda y falsa. ¿Acaso esta nueva versión del formato del Blog, pertenece a esa supuesta nueva normalidad?

En estos meses atrás se ha especulado mucho sobre la idea de si el virus nos iba a cambiar, nos iba a hacer más sociables, más humanos ¿Piensan ustedes que lo ha hecho?

Ahora nos saludamos más cuando nos encontramos por la calle, eso sí... ¡¡¡Guardando las distancias!!! no vaya a ser que... Respetamos las colas en la panadería y en el supermercado... ¡Qué remedio! Ahora, antes de sentarnos en una terraza, esperamos a que la camarera o el camarero nos de permiso, previa desinfección de la mesa y las sillas.

Y también llevamos nuestras correspondientes mascarillas, hay gente que no o que las lleva incorrectamente ¿Se acuerdan de cuando no eran obligatorias? 

Muchas de las personas con las que me relaciono, tanto a nivel personal, como a nivel profesional, me hablan de su cansancio. Ya están hartos de llevar la mascarilla. Pero claro, es preferible eso que exponerse a una sanción o incluso peor, a contraer una enfermedad que nos podría llevar a la muerte.

¿Quiere esto decir que nos hemos humanizado, o es que ya éramos así y que por dejadez o por costumbre, nos habíamos olvidado de las buenas formas? Aprovecho esta pregunta, para recomendar la lectura del libro:"La desaparición de los rituales" de Byung- Chul Han, editado por Herder, Barcelona 2020

Participo en un grupo al que hemos denominado " Grupo de trabajo sobre Psicoanálisis " Hemos pasado por diferentes fases, antes de que empezara todo este asunto de la pandemia, nos reuníamos en un despacho, que supimos convertir en sala de reuniones. Cuando empezó el confinamiento, hicimos encuentros virtuales (Aunque era un poco raro hablar unos con otros a través de la pantalla del ordenador, no estuvo mal del todo) después, cuando ya se pudo volver a salir encontramos algún sitio que tuviera el suficiente espacio para continuar con nuestros encuentros, por ejemplo un restaurante.

Los temas que se han ido suscitando, en estos encuentros de grupo, han partido de consideraciones teóricas sobre el Psicoanálisis, derivadas de la lectura de libros que trataban sobre el tema o que lo sugerían y poco a poco la cosa fue cambiando de cariz y empezamos a tratar todo tipo de temas, pero sobretodo aquellos que tuvieran para nosotros un valor de verdad y de libertad. Hablamos a " Calzón quitáo " parafraseando una obra de teatro que se tituló así. El grupo sigue, nos encontramos una vez al mes aproximadamente y nos sirve a todos como un bálsamo (Según nos hemos dicho unos a otros) No es un grupo de análisis al uso, no tiene ninguna intención terapéutica, lo que todos los participantes tenemos en común es que hemos pasado por la experiencia del psicoanálisis, o estamos en ella.

Después de mucho tiempo sin ideas para publicar una entrada en este Blog, se me ha ocurrido que hablar de todo lo anterior, era una buena idea. Espero que no haya quedado demasiado deslavazado y pueda suscitar el interés de quienes la lean.

Dedico especialmente estas líneas a: Judith Barberena, Natalia Ardanaz, Marian Esteban y Paula Rodríguez.

Fernando Reyes 

jueves, 19 de marzo de 2020

La necesidad del otro

Escribo otro con minúscula, aunque en al ámbito del psicoanálisis, se tiende a escribir con mayúscula para referirse a ese otro en general, lo que se llegó a llamar el gran otro. Esa madre nutricia en primer lugar. O quien haga sus funciones. Ese otro, sea quien sea, que nos sostiene. Cuando un niño nace no ve, todavía, (al menos con la nitidez que llega a alcanzar un poco de tiempo después) pero si huele, oye, nota el contacto de la piel y por supuesto nota el pecho en su boca. Lo que dice Freud de este primer contacto es que además de ser un momento alimenticio, también es, por decirlo así, la inauguración de la pulsión oral, para decirlo sencillamente la erotización de la boca. Me atrevo a decir que este es el punto inaugural de la erotización del resto del cuerpo. Aunque si se piensa bien lo primero que le ocurre al bebe es que le limpian el ano y los genitales, es posible que las sensaciones de alivio y de placer empiecen por ahí. Todo esto son especulaciones porque también se sabe que el tono de la voz del padre y de la madre, de las personas que dan la bienvenida, son importantísimos para el bebe. Insisto, especulaciones. ¡Cómo vamos a saber lo que acontece en la vida de ese ser humano recién nacido sin equivocarnos!
Parece que lo que sí sabemos es que cuando a un niño le faltan todas esas cosas, esa bienvenida, ese acogimiento dentro de un entorno amable y cálido, exhibe toda una colección de síntomas y de malestares. Solo hay que fijarse en los niños que están en los orfanatos; que han sido abandonados, por negligencia o por imposibilidad de los padres de mantenerlos y educarlos, a las procelosas manos de un destino incierto.
En cualquier caso, todo este circunloquio, bastante mal hilvanado, por cierto, me sirve como introducción para abordar lo que pretende ser el tema de la entrada "La necesidad del otro".
Insisto en escribirlo con minúscula, por que ese otro, son nuestros otros. Padres, madres, hijos, parejas, amigos, hermanos, compañeros de trabajo, tenderos que nos abastecen diariamente de todo lo que necesitamos para sobrevivir, y una cantidad infinita de personas sin las cuales, caemos en el desamparo.
En la situación actual de alarma y de aislamiento de confinamiento, de reclusión, es en la que verdaderamente nos damos cuenta de lo importantes que son todos aquellos que nos sostienen cotidianamente. No poder darnos la mano, no poder darnos un beso, cuando nos encontramos con un amigo por la calle. Ahora, si es que vemos a alguien conocido por la calle, tenemos que hacerle una seña desde el otro lado de la acera. Tener que perder de vista a la cajera del supermercado, porque al tener hijos pequeños, le han recomendado, sugerido, obligado a quedarse en casa por que es población vulnerable. Y no poder decirle ¿Cómo estás Vanessa? Bien y ¿Tu que tal? Ver a las panaderas que nos atienden con mascarilla detrás de unos plásticos que cubren toda la extensión del mostrador, que nos dan el pan con guantes y que nos cogen el dinero que previamente hemos depositado en un plato. Y casi no poder preguntar ¿Hola Natalia, cómo estás? bien y ¿Tu que tal Fernando. O el frutero y la frutera que están en una situación parecida. Creo que en esta situación somos como niños desamparados. Porque entrar en un sitio y ver a los otros, ¿Quién es el último? ¿Quién da la vez? es fundamental para nuestra vida. 
Quiero dedicar esta entrada a Natalia, mi panadera, a Maica, mi frutera, a Jose, mi carnicero, a Vanessa, mi cajera del supermercado, a Yolanda, mi quesera. Pongo mis, porque son míos. Y por supuesto a mis estimadísimas del grupo de reflexión sobre psicoanálisis, Judith, Natalia, Marian y Paula.

Fernando Reyes


lunes, 9 de marzo de 2020

El caos de los recuerdos

Me van a permitir que tome prestado un párrafo (un poco largo, pero muy interesante), del maravilloso libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco, Que edita Siruela Biblioteca de Ensayo, 5ª edición: enero de 2020. El párrafo está en la página, 313. Vaya por delante que, Juan José Millás, en su columna de EL País, de uno de estos viernes atrás (no recuerdo la fecha) recomendó la lectura de este libro, por considerarlo uno de los mejores libros que se habían publicado últimamente. Lo compré y lo leí. El libro me ha parecido una maravilla, entonces, después de este preámbulo voy al texto de Irene:

 "El caos de las librerías se parece mucho al caos de los recuerdos. Sus pasillos, sus anaqueles, sus umbrales son espacios habitados por la memoria colectiva y por las memorias individuales. Allí tropezamos con biografías, con testimonios y con largos estantes de ficciones donde los escritores desnudan la verdad de muchas vidas. los lomos gruesos de los libros de historia, como camellos de una lenta caravana, nos ofrecen guiarnos en la ruta hacia el pasado. Investigaciones, sueños, mitos y crónicas, dormitan juntos en la misma penumbra. El azar de un encuentro o de un rescate es siempre posible.
 No es casual que en Austerlitz, de W. G. Sebald, el protagonista recupere el recuerdo suprimido de su niñez precisamente en una librería. Criado en un pequeño pueblo de Gales por unos ancianos padres adoptivos que nunca le revelaron su procedencia, Jacques Austerlitz arrastraba desde siempre una tristeza inexplicable. Como un sonámbulo que tiene su propio despertar, durante años se había cerrado a cualquier conocimiento de la tragedia de la cual su propia vida era un capítulo arrancado. No leía periódicos, encendía la radio sólo a horas determinadas, perfeccionaba un sistema de cuarentena que lo mantenía a salvo de cualquier contacto con su historia anterior. pero ese intento de inmunizarse contra la memoria venía acompañado de alucinaciones y sueños angustiosos, y finalmente estalló en forma de derrumbamiento nervioso. Cierto día de primavera en Londres, durante uno de sus abatidos paseos por la ciudad, entró en una librería en las proximidades del Museo Británico. La propietaria, que estaba sentada en posición ligeramente ladeada junto a su escritorio cargado de papeles y libros, respondía al mitológico nombre de Penélope Peacefull . Y es que, sin saberlo, el viajero reticente acababa de encontrar el camino de regreso a Ítaca.
 Reinaba la calma en la librería. Penélope levantaba de vez en cuando la cabeza, sonreía a Jacques y luego volvía a mirar a la calle, sumida en sus pensamientos. De la vieja radio encendida brotaban voces chisporroteantes pero suaves, que cautivaron al recién llegado. Poco a poco éste fue quedándose inmóvil, como si no pudiera perderse ni una sílaba de aquella emisión. Dos mujeres recordaban cómo, en el verano de 1939, siendo niñas, las habían enviado a Inglaterra desde Centroeuropa para salvarlas de la persecución nazi. Austerlitz, aterrorizado, supo que los recuerdos fragmentarios de esas mujeres eran también los suyos. De golpe volvió a ver el agua gris del puerto, las sogas y cadenas del ancla, la proa del buque, más alta que una casa, las gaviotas que sobrevolaban su cabeza chillando furiosamente. Las esclusas de su memoria se abrieron ya sin remedio, liberando una catarata de certezas angustiosas. Que era un refugiado judío, Que su primera infancia transcurrió en Praga. Que a los cuatro años fue separado para siempre de su familia verdadera. Que el resto de su vida consistiría en buscar - casi seguro inútilmente - el rastro de todas sus pérdidas.
 -¿Se encuentra bien? - preguntó la librera Penélope, preocupada por su gesto petrificado.
 Austerlitz supo por fin el motivo de haberse sentido siempre un transeúnte en todas partes, sin tierra ni brújula, solitario y perdido.
 A partir de esa mañana en la librería, seguimos al protagonista en su deambular por una dolorosa ruta de ciudades europeas, rastreando la identidad que le arrebataron. Se suceden una serie de epifanías. Jacques consigue reconstruir la figura de su madre, una actriz de variedades asesinada en el campo de concentración de Theresienstadt. En Praga encuentra a una vieja amiga de sus padres, con la que se entrevista. Recupera fotografías antiguas. Examina a cámara lenta un documental propagandístico de los nazis, buscando un rostro de mujer que hiera su memoria. Acude a lugares donde reverberan ecos: a bibliotecas, a museos, a centros de documentación, a librerías. La novela es en el fondo una loa de esos territorios donde se conjura el olvido.
 En la obra de Sebald, la proporción de ficción y no ficción acostumbra a ser una incógnita. Tenemos la impresión de que sus criaturas proceden de zonas fronterizas entre ambas. Aunque ignoramos si el melancólico Austerlitz es un individuo real o un símbolo, caminamos a su vera, interpelados por el espanto y la tristeza de sus palabras. Sea como sea, queda claro que el escritor, como su personaje, necesita dejar testimonio de una época infernal que se está desvaneciendo como niebla dispersada por el viento. El dolor que atraviesa la historia no se puede reparar, los vacíos son imposibles de llenar, pero la tarea de documentarse y testificar nunca será en vano. El incesante olvido engullirá todo, a no ser que le opongamos el esfuerzo abnegado de registrar lo que fue. Las generaciones futuras tienen derecho a reclamarnos el relato del pasado.
 Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas. Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida"

 Una de las premisas del psicoanálisis es la sugerencia que se hace a quien decide emprenderlo, de intentar el recuerdo, la escritura en palabras de la propia biografía. Hay quien dice que no tiene recuerdos (lo que es imposible) o quien dice que tiene la memoria de un pez (no sé muy bien que quiere esto decir ¿Qué no tiene memoria?), es posible que tengamos recuerdos borrosos, incluso algunos falsos. Néstor Braunstein, en su trilogía sobre la memoria titula uno de sus volúmenes: "La memoria, la inventora" y otro lo titula "Memoria y espanto" y el tercero "La memoria del uno, la memoria del Otro", publicados en Siglo XXI.

 Néstor sugiere que hay que recordar para olvidar y recordar para no repetir. La regla fundamental del psicoanálisis que es la asociación libre: "decir todo lo que nos venga a la cabeza" es la manera de propiciar el recuerdo. La memoria es asociativa... una cosa lleva a otra.

Gracias, Irene Vallejo, por escribir este libro maravilloso: "El infinito en un junco" en el que has recogido en este apartado lo que significa para la vida de una persona la posibilidad de recuperar sus recuerdos.

También quiero agradecer y dedicar esta entrada a Judith, Natalia, Marian y Paula. Que me han animado a seguir escribiendo. Que es tanto como decirme que... "¡no me olvide de escribir!"

Fernando Reyes