Aportes a la clínica de la Neurosis Obsesiva
Hoy entendemos la Neurosis Obsesiva como una
estructura clínica, aunque al mismo tiempo decimos que se puede ser neurótico
obsesivo enfermo, es decir, padecer de lo que se deriva de la propia
estructura. La estructura obsesiva presenta un sujeto cuyo principal
padecimiento es el del pensamiento (pensar en demasía, pasar de una cosa a otra
sin solución de continuidad, con el consiguiente gasto de energía psíquica) y
cuya principal manifestación social es la de la inhibición y el aislamiento.
Los síntomas del neurótico obsesivo van desde contar cosas, objetos, números,
palabras, sin poder parar de hacerlo, o repetir una palabra, una frase, una
canción, hasta la imposibilidad de salir de casa por miedo a ser descubiertos,
interrogados, escrutados por los demás que se les presentan como jueces
implacables de su inmoralidad o su ineptitud.
El ensayo “El Hombre de las Ratas”, lectura
prioritaria en nuestro estudio, considerado como el caso paradigmático descrito
por Freud para tipificar la Neurosis Obsesiva, nos ofrece todo un catálogo de
síntomas, que invitan a Freud a establecer los puntos de unión entre esos
síntomas y la relación especial de amor odio del sujeto con su padre, así como
una exacerbada sexualidad muy precoz que le sitúa en una particular posición
con respecto a las mujeres y al deseo sexual.
La tortura de las ratas, consistente en
introducir una rata por el ano del reo hasta que le devora las entrañas,
referida por un oficial del ejército prusiano durante unas maniobras en las que
participaba nuestro “Hombre”, se convierte en la principal idea obsesiva en
éste sujeto, al pensar que podía llegar a padecerla como castigo por haber cometido una falta
imaginaria en relación con la contracción de una deuda de juego arrastrada
desde que su padre sirviera en las filas de ese mismo ejército. La necesidad
inconsciente de pagar esa deuda contraída por el padre muchos años atrás. La
indecisión sobre si debía contraer un matrimonio de conveniencia propuesto por
la familia que le aseguraba la estabilidad económica o emparejarse con la mujer
a la que realmente deseaba, son los puntos clave de la historia.
El despertar precoz a la sexualidad de nuestro
sujeto, contemplada por Freud como una condición estructurante de todo
obsesivo, los sentimientos de culpa inconscientes por albergar este deseo
sexual prematuro inconfesable combinados con un odio al padre concebido como
represor y castigador de dicho deseo, configuran la estructura neurótica del
“Hombre de las ratas”, este sujeto, obsesivo por excelencia. “Este niño será un
genio o un gran criminal” esta frase pronunciada por su padre cuando él contaba
muy pocos años queda inscrita en el texto del fantasma de Ernst Lanzer. Después
de una violenta discusión con su padre a la edad de cuatro o cinco años tras
ser sorprendido por éste en un acto reprobable, en un arrebato de furia el niño
insulta al padre nombrándole con todo tipo de objetos que encuentra a su
alrededor por no conocer todavía otras palabras más insultantes manejadas por
los adultos, “armario” “lámpara” “mesa” pero expresadas con tal ira que las
palabras tomaron allí el carácter de insulto, lo que le pone al padre en la
tesitura de pronunciar la famosa frase: “Este niño será un genio o un gran
criminal”.
Esa figura paterna que toma cuerpo en esa
instancia a la que Freud llamó el” Súper Yo” se instala en el obsesivo, le
amenaza y le persigue hasta la tumba, es el subrogado de ese padre castigador y
represivo.
Pero el obsesivo tiene culpa depositada en ese
“Súper Yo”; tiene culpa, se siente culpable, por desear (escuché a Jacques
Nassif decir que, en el fondo, todo deseo es incestuoso) y por existir, por lo
tanto, su gran caballo de batalla será amortiguar el deseo hasta el punto de
anularlo convirtiéndolo en necesidad y solo entonces darse licencia para
satisfacerlo y servirse de la inhibición para morir en vida y así poder pagar
su tributo a la existencia.
Sus ideas sobre la muerte le mantienen alerta
para decirle que la vida no merece la pena ser vivida si el resultado final va
a ser la muerte. Por eso la pregunta del obsesivo, ¿estoy vivo o estoy muerto?
Porque se pone de un plumazo en la tesitura de no existir, con la consiguiente
pérdida de la conciencia de sí mismo y, por lo tanto, de la conciencia de haber
existido, lo que viene a ser lo mismo que estar muerto.
Por otra parte, el cuerpo tira, la pulsión
llama y no entiende de aplazamientos de la satisfacción ni de vías alternativas
para conseguir la misma, así que el obsesivo se ve atrapado por sus pulsiones,
el hambre, el sexo. Entonces el obsesivo se apresta a satisfacer todo eso, pero
con disimulo, así inventará un mecanismo muy curioso al que Freud llamó “formación reactiva” que le pondrá a
salvo de sus inclinaciones “indeseables”. Su odio lo convertirá en amor a
través de una exagerada amabilidad y cortesía. Si tiene deseos sexuales que
contravengan las convenciones sociales, se convertirá en un místico. Si es la
gula lo que le acucia, se convertirá en un asceta.
Buscará denodadamente un Otro (con mayúsculas)
del saber, que le sirva para suplir su déficit de conocimiento, como sustituto
de un padre poseedor de todo el conocimiento, a quien amará u odiará
alternativamente según su inclinación imaginaria a sentirse amado u odiado por él como resultado de la
valoración que éste padre-Otro haga de sus propios méritos.
Juan David Nasio en El dolor de la histeria nos ofrece una descripción muy gráfica
del fantasma del obsesivo:
“Un
niño, presa de un deseo incestuoso hacia la madre, es embargado por la angustia
(angustia de castración) al oír la voz interceptora del padre prohibiéndole
cumplir este deseo bajo pena de castrarlo. La zona erógena a cuyo alrededor se
organiza el fantasma del obsesivo es el oído, que vibra, sufre y goza de haber
oído la voz imperiosa del padre.”
Freud, en Tótem y
Tabú, a propósito del sentimiento de culpa observado en los neuróticos,
nos dice:
“Un
neurótico obsesivo puede estar oprimido por una conciencia de culpa que
convendría a un redomado asesino, no obstante ser, ya desde su niñez, el más
considerado y escrupuloso de los hombres en el trato con sus prójimos. Sin
embargo su sentimiento de culpa tiene un fundamento: se basa en sus intensos y frecuentes deseos de muerte
que en su interior, inconscientemente le nacen hacia sus prójimos//Y por lo que
toca al desarrollo de las acciones obsesivas, se la puede describir poniendo de
relieve cómo ellas, distanciadas de lo sexual en todo lo posible, empiezan como
unos ensalmos contra malos deseos para terminar siendo unos sustitutos de un
obrar sexual prohibido, al que imitan con la máxima fidelidad posible”
Puedo referir en este punto el caso de una
paciente. Acude a consulta por no poder soportar sus síntomas que le llevan a
lavarse constantemente las manos y los genitales por tener la sensación de
estar sucia o ensuciarse y ensuciar a cada paso que da. Durante el día se encierra
en su casa a cal y canto, cerrando puertas y ventanas, por temor a que entre la
luz. Durante la noche no puede dormir pensando en la cantidad de retos que le
planteará la vida en pareja y la vida social y en cómo solucionarlos. Su
reocupación capital es la elusión de todo contacto sexual con su marido por
temor a ensuciarse, y la confrontación con los vecinos por pensar que le van a
notar los pensamientos posiblemente sucios de los que en algún momento ella
habrá sido víctima sin poder evitarlo. En el transcurso del análisis da cuenta
de prácticas sexuales masturbatorias con un primo suyo cuando ella contaba seis
o siete años, y también de tocamientos hacia ella hechos por su padre cuando a
esas edades era requerida a la cama de su padre o su padre iba a la suya. En el
trascurso del análisis pudo colegir que su afán por permanecer con la luz
apagada y las ventanas cerradas en pleno día se debía al terror que le suponía
el pensar en que su padre la iba a llamar para que fuese a su cama o que él
iría a la suya en cualquier momento de la noche y como ella se tapaba y se
escondía bajo las sábanas y permanecía en el más absoluto de los silencios para
evitar ser “descubierta” por su padre.
Su obsesión por la limpieza se debía, según
ella misma pudo colegir, también al sentimiento de suciedad que le invadía al
recordar los episodios eróticos con su primo que, algunos años mayor que ella,
le requería para que le acariciase el pene y para que se desnudase delante de
él. Cuando ella le preguntaba al primo si eso que hacían estaba bien, él le
contestaba que sí, porque ellos dos se querían. Admitió, tras un proceso de
exploración al respecto, que en esos encuentros con su primo había un deseo por
parte de ella y tuvo a bien reconocer que el encuentro con ese deseo le había
puesto en la tesitura de dejar de luchar contra él, lo que fue haciendo
desaparecer su obsesión por la limpieza que le impelía a lavarse constantemente
manos y genitales, al dejar de sentirse sucia. El trauma que le suponía el
recuerdo de los requerimientos sexuales de su padre le llevó a la conclusión de
que la circunstancia era tan difícil de solucionar para ella que necesitaba
condonarse la deuda que había contraído consigo misma al pensar que podría
haberse comportado de otra manera y el mero hecho de comunicarlo en el análisis
le condujo a la posibilidad de establecer un nuevo punto de vista de las
relaciones con sus vecinos y con la sociedad en general.
Recuperó el deseo de las relaciones sexuales
con su marido y hasta pasado un tiempo se instaló en ella el deseo de tener un
hijo lo que condujo a buen término.
Nos dice Lacan en el Seminario IV La relación de objeto Pág. 29, Cap. “Las
tres formas de la falta de objeto”: “La neurosis obsesiva es, como piensa la
mayoría de quienes aquí están, una noción
estructurante que puede expresarse aproximadamente así. ¿Qué es un
obsesivo? En suma, es un actor que desempeña su papel y cumple cierto número de
actos como si estuviera muerto. El juego al que se entrega es una forma de
ponerse a resguardo de la muerte. Se trata de un juego viviente que consiste en
mostrarse invulnerable. Con este fin, se consagra a una denominación que
condiciona todos sus contactos con los demás. Se le ve en una especie de
exhibición con la que trata de mostrar hasta dónde puede llegar en ese
ejercicio, que tiene todas las características de un juego, incluyendo sus
características ilusorias, es decir, hasta dónde puede llegar con los demás, el
otro con minúscula, que es solo su alter ego, su propio doble. Su juego se desarrolla
delante de Otro (con mayúsculas) que asiste al espectáculo. Él mismo es solo un
espectador, y en ello estriba la posibilidad misma del juego y del placer que
obtiene. Sin embargo, no sabe qué lugar ocupa, esto es lo inconsciente que hay
en él. Lo que hace lo hace a título de coartada. Esto si lo puede entrever, se
da perfecta cuenta de que juego no se juega donde él está, y por eso casi nada
de lo que ocurre tiene para él verdadera importancia, lo cual no significa que
sepa desde donde ve todo esto.
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Fernando Reyes