jueves, 11 de mayo de 2023

LA VIDA A RATOS

 LA VIDA A RATOS


La vida a ratos, de Juan José Millás

(Texto escrito por Fernando Reyes)

 

He elegido “La vida a ratos” de Juan José Millás, por que me parece uno de sus mejores libros y porque es en el que se hace alusión al psicoanálisis con mayor profusión. Incluso describe alguna sesión de su propio análisis. Lo que escribe, lo hace en forma de diario o mejor dicho de semanario, porque no da cuenta de lo que le pasa todos los días, sino que va escribiendo por semanas. Los capítulos están constituidos por semanas. Un capítulo, una semana. He recogido algunos pasajes que me han llamado poderosamente la atención, aunque si soy sincero, hubiese transcrito el libro entero, palabra por palabra. Pero no se trata de eso. Cuando el texto es el de Millás, está escrito en bastardilla, para distinguirlo de mi propio texto. Aunque al leerlo, se verá claramente la diferencia. Y,  empieza así:

 

 

La vida a ratos

Semana 1

LUNES. Pronto cumpliré sesenta y siete años. ¿Soy un viejo? Evidentemente sí, pero a mi alrededor todo el mundo lo niega.

-Anda, anda, no digas tonterías.

A veces soy yo mismo el que lo niega. Cuando paseo por el parque de buena mañana, por ejemplo, la imagen que tengo de mí es la de un <<muchacho>>. Me estimula sentir el frío en el rostro, me gusta apretar el paso hasta alcanzar el límite de la carrera, pienso con ilusión en el periódico y la taza de té que me esperan al final de la caminata. En ocasiones, a estas horas comienzo a imaginar ya la comida, incluso me acerco al mercado y compro algo especial. Con frecuencia, mientras voy de acá para allá, recuerdo la frase con la que comienza John Cheever sus memorias: <<En la madurez hay misterio, hay confusión>>.

Cierto, hay misterio, hay confusión, a veces el misterio procede de la confusión y la confusión del misterio. Pero contesta ya, maldita sea, a la pregunta con la que te has levantado de la cama este lunes de enero: ¿Eres o no eres viejo? Sí, coño, lo soy, soy viejo. Un viejo.

 

MARTES. A vueltas todavía con el asunto de ayer. Mientras atravieso el parque, oyendo crujir el hielo bajo mis botas, pienso en los hormigueros, ahora cerrados. ¡Cuánto vive una hormiga, cómo envejece, cuantos cadáveres habrá bajo la fina capa de hielo que se ha formado durante la noche? ¿Cuán fría estará la tierra ahí abajo? Entonces me viene a la cabeza la idea de escribir un diario de la vejez. ¿Por dónde empezaría? La semana pasada, por ejemplo, estuve en el dentista, que me arrancó la última muela del lado derecho de la mandíbula superior. Es la primera pieza dental que pierdo, y por lo tanto posee un alto valor simbólico. He decidido no reponerla, porque no afecta a la masticación ni a la estética (no se ve). Pero no hago otra cosa que pasar la lengua por el cráter. La caída de los dientes representa la castración. Por eso a los niños se les compensa, cuando pierden los de leche, con un regalo del misterioso Ratoncito Pérez. A mí este animal me daba miedo. Pensaba que podía comerme la colita, lo que significaría una castración literal.

 

MIÉRCOLES. Resulta imposible llevar un diario de la vejez como resulta imposible escuchar como crece la yerba. La yerba y la vejez trabajan con idéntico sigilo, y a un ritmo parecido. Vas perdiendo capacidades, pero a tal compás que no te enteras. Y te acostumbras a esas pérdidas, claro.

               ¿Tienen recompensa las pérdidas? ¿Hay un ratoncito Pérez de la vejez? No exactamente. La vejez tiene una rata grande, quizá la Rata Pérez, que en un momento dado te compensa por todas las pérdidas con un regalo absoluto llamado Muerte. La Muerte satisface todos los deseos, todos, todos, todos. Tras su paso por el cuerpo de un ser humano, no queda en pie una sola tensión. Quizá la Rata Pérez sea la madre del Ratoncito Pérez.

 

JUEVES. No está en mi intención resultar fúnebre, pero se me está pasando la semana al modo de los ejercicios espirituales de la infancia, en los que tanto se hablaba de las postrimerías. Ahora bien, al mencionar el término postrimerías me viene a la memoria la imagen de un cura, cuyo nombre he olvidado, que en transcurso de uno de estos ejercicios espirituales nos habló del ratoncito Pérez. No recuerdo cómo logró colarlo en medio de aquellas sesiones fúnebres, pero observado con perspectiva me parece que fue un acierto literario. Lo que nos vino a decir fue que el Ratoncito Pérez se llevaba nuestros dientes, dejándonos a cambio un obsequio, para regalárselos a su madre, que estaba muy vieja. La imagen de una rata vieja, sin dientes, me conmovió mucho, pero me produjo mucho asco también. ¿Esto es, maldita sea, un diario de la vejez? Esto es materia para el diván, pero mi psicoanalista está enferma, ha cogido la gripe. O eso dice.

 

VIERNES. Comienza el fin de semana. Se acabaron los ejercicios espirituales, pero empiezo a leer a un poeta sueco de nombre Tranströmer. Parece el nombre de una medicina para las alteraciones de carácter. Quizá lo sea. En todo caso su lectura me hace mucho bien.

 

               He preferido dejar a Juan José Millás, autor de este libro “La vida a ratos” que fuese él quien tomase la palabra, para mitigar el pánico que siento ante la página en blanco, una vez “roto el hielo” me puede atrever a tomar la palabra.

               Nada más empezar a leer este libro la primera vez que lo hice , el 11 de junio del 2022, supe que me iba a gustar, y así fue. Terminé de leerlo unos días después, concretamente , el 23 de junio del 2022. Tengo esa manía la de anotar cuando empiezo a leer un libro y cuando termino de leerlo. Si echan la cuenta, verán que, literalmente, me lo bebí. Teniendo en cuenta que tiene 477 páginas

               Este primer capítulo creo que da la pista de lo que va a ser el libro. Es un diario, autobiográfico, en el que se van sucediendo las semanas y los acontecimientos en la vida del autor incluidas las sesiones con sus psicoanalistas. Lo escribo en plural, porque, si leen el libro, verán que son dos. Junan José Millás, es un autor conocido entre el público español, no solo escribe libros, sino que además da conferencias y habla por la radio, una vez a la semana, en un programa divulgativo, que no tiene nada que ver con la posible transmisión del psicoanálisis, pero que, con más o con menos intención, siempre deja alguna perla en lo referente a la falta, esa falta en ser de la que tanto hablan los psicoanalistas. Lo que vino a decir en uno de los últimos programas fue algo así: “Todo el mundo quiere tener en su casa una habitación más”. “  A todos se nos queda pequeña la casa y siempre estamos penando por la falta de sitio”. Juanjo, como le llama el locutor que conduce el programa, añadió “claro esa habitación que falta, es una simbolización de la falta que a todos nos constituye. Y añadió que si encontráramos eso que tanto anhelamos resultaría que eso sería la muerte.

               Millas tiene el mismo desparpajo hablando que escribiendo, si deciden leer este libro que tanto me ha gustado a mí, verán que leerlo es, como si estuvieran sentados en el salón de su casa hablando con un amigo que les cuenta su vida, pero que además lo hace con extraordinario sentido del humor. Cada capítulo tiene siempre una parte risible, aunque lo que se esté contando sea la mayor de las tragedias.

 

Semana 11

 

JUEVES. Decido desengancharme del juego de los siete errores que publica todos los días “La Vanguardia” en su página de Pasatiempos (¿en cuál sino?). Vengo resolviéndolo desde hace un año o dos bajo la estúpida superstición de que si lo dejo pasar ocurrirá alguna desgracia. Que ocurra de una vez. Soy, desde pequeño, víctima de este tipo de fantasías obsesivas. Quizá el mundo no se haya ido todavía al carajo gracias a mí y a personas como yo, se pasan la vida realizando sortilegios contra las desgracias propias y ajenas. Pero ya he llegado a mi límite. Tarde o temprano, el mundo se tiene que acabar.

 

VIERNES. El mundo no se ha acabado, quizá porque esta noche, a eso de las cuatro, me desperté empapado en un sudor disolutivo, busqué el ejemplar de “La Vanguardia” de ayer y resolví el juego de los siete errores. Mi mujer se despertó también y me preguntó qué rayos hacía. Le respondí en tono de broma que estaba salvando al mundo, pero ella sabía que lo decía en serio. <<No tardes>> se limitó a decir

 

               Creo que, en un par de párrafos, Millás hace un retrato perfecto de un obsesivo. Es escueto pero muy certero, la respuesta de su mujer, que a la sazón es psicoanalista, pone de manifiesto la poca importancia que ella le concede a las obsesiones y a los rituales de su marido. Este pasaje, está escrito con la maestría de quien se dedica a escribir guiones, sainetescos, para la televisión, para un programa de “parejas”

 

               Me voy a ir al último capítulo. Acabo de recordar que, mi padre, que era muy aficionado a leer novelas de Ágatha Chrsitie, siempre se iba a la última página del libro para saber como terminaba. Aunque nunca tuvo una sorpresa porque el asesino, siempre era descubierto y el lo sabía de antemano. Lo que es la impaciencia…

               Bueno, pues, como decía, me voy a ir al último capítulo

 

Semana 194

 

LUNES. Voy a visitar a un amigo enfermo y le llevo los periódicos del día.

-Déjalos ahí-dice.

Los abandono en una butaca del dormitorio de tal modo que caen mal y ahora parecen un conjunto de pájaros de papel con las alas rotas. Cuando voy a arreglarlos, me dice que lo olvide, que de todos modos no los va a leer. Me extraña, porque es desde joven un fanático de la prensa.

-Debes estar muy mal-le digo.

-¿Por lo de los periódicos?

-Claro.

-Qué va, dejé de leerlos cuando me di cuenta de que llevaba un tiempo pasando las páginas sin detenerme en ninguna, echando un vistazo solo a los titulares. Ya no hay crónica o noticia que resista la lectura del primer párrafo.

-¿Por dónde te informas?

-No me informo. Y tu tampoco. Vivimos con la fantasía de estar informados. Incluso sobreinformados. La sobreinformación es uno de los síntomas de la desinformación.

-Ya-le digo por decir.

-Acércame ese frasco de espray, por favor.

 Se lo acerco y se pulveriza un par de veces el interior de la boca.

-Es saliva artificial-dice-. También uso lágrimas artificiales. Toda esa prensa que me has traído es artificial, pero no me funciona.

-No debes de estar tan grave-le digo, con la mala leche que gastas.

-Tampoco tú estás grave y te vas a morir.

Al rato de hablar de esto y de lo otro, me voy con los periódicos debajo del brazo y los ordeno en el ascensor. Al salir a la calle, un autobús, a dos metros escasos de mí, arrolla a un tipo que corría detrás de su perro.

 

MARTES. Busco en la prensa digital, sin hallarla, alguna noticia sobre el tipo arrollado por el autobús. Deduzco que no le ocurrió nada. Hay atropellos muy aparatosos sin sustancia. Hace unos meses yo mismo, al cruzar una calle por donde no debía, acabé bajo la carrocería de un coche sin sufrir un solo rasguño. Perdí en cambio un zapato que no me fue posible recuperar porque se lo llevó una furgoneta, pegado a su rueda. El conductor del coche me increpó duramente por la imprudencia y pasé una vergüenza enorme. Fui calle abajo descalzo de un pie, con la esperanza de encontrar una zapatería, pero ya no las hay, excepto en los centros comerciales o en los grandes almacenes. Luego paré a un taxi e intenté entrar en casa clandestinamente para no tener que dar explicaciones. Mi mujer estaba en el hall, cambiando una bombilla fundida.

-Hola-dije.

-Hola-dijo-.¿Te ha pasado algo?

-No, por qué.

-Vienes pálido.

El hall se hallaba en penumbra, de modo que advirtió mi blanca palidez, pero no la ausencia del zapato. Antes de que pusiera la bombilla nueva, escapé al dormitorio y me puse las zapatillas de andar por casa. Escondí el zapato viudo en las profundidades del armario. Aún debe de seguir completamente solo. Pobre.

 

               MIÉRCOLES. Esta madrugada ha muerto mi amigo, el que dejó de leer los periódicos. Acudo al tanatorio, lleno de periodistas porque era de la profesión, y me integro en un grupo al que cuento la última visita que hice al finado.

-Me confesó que había dejado de leer los periódicos-les digo.

Me miran como si fuera un marciano. Todos ellos han dejado de leer los periódicos.

-Yo los compro, pero no los leo-digo al fin para hacerme perdonar

Oigo unas risas, vuelvo la vista y es la viuda. Otra mujer le está contando algo que debe de ser muy gracioso.

 

JUEVES. Bajo a primera hora a comprar los periódicos y el quiosco está cerrado. No lo abren hasta las nueve. Me voy a dar una vuelta por el parque, para hacer tiempo, o para matarlo, no sé, y los cojo al regresar. Le cuento al quiosquero la anécdota de los periodistas y mueve afirmativamente la cabeza.

-Cuando yo me jubile-dice-, este quiosco se cierra. No hay relevo generacional ni de otro tipo. A nadie la interesa un quiosco.

Me dan ganas de preguntarle si puedo quedármelo yo. No me disgusta la idea de acabar vendiendo algo que no leen ni los que lo hacen. Sería el punto final perfecto para una vida absurda. Todas lo son. Ya en casa, busco la necrología de mi amigo y es una peste. No logro pasar del primer párrafo. Estoy a punto de escribir una carta de protesta al director, pero me reprimo.

Yo siempre me reprimo.

Me pregunto: El futuro del quiosco, ¿Será una premonición? ¿Es eso lo que le espera al Psicoanálisis?

Los textos han sido tomados de “La vida a ratos”. Juan José Millás. Primera edición abril 2019. Alfaguara.

Para, Idoia, Judith, Marian, Natalia y Paula.

Fernando Reyes    

viernes, 12 de febrero de 2021

Escribir, hablar, psicoanalizarse

 Escribir, hablar, psicoanalizarse. Se me ha ocurrido este título, a propósito de que cuando se está pasando por un mal momento, se encuentra un gran alivio en la escritura. Algunos escritores dicen que se escribe mejor si se está en conflicto. Yo no lo sé, no soy escritor. Me hubiese gustado, pero una vez entregué un manuscrito a un amigo editor y me dijo "esto así no se puede publicar, hay talleres de escritura creativa, te puedes apuntar a uno y así aprendes a escribir". Iluso de mi, pensaba que ya sabía. A partir de entonces, se me quitó de la cabeza la idea de escribir para que alguien me publicara.

En otra ocasión, asistí a una pequeña charla que vino a dar a Pamplona es escritor Luis García Montero, para presentar un libro que publicaba en ese momento, me acerqué a saludarle y le comenté algo a propósito de mi afición a la escritura y me dijo, "cuando escribas, intenta que no está presente nada de lo personal", lo que ya me dejó totalmente fuera de combate.

La intención de esta entrada, no es hablar de la escritura, al menos de lo que se entiende por escritura, cuando se trata de encarar la elaboración de un ensayo o de una novela, pero entonces ¿De qué se trata?

Me he atrevido a plantear la hipótesis de que psicoanalizarse es algo así como escribir, pero escribir de otro modo, una escritura que no sea para publicar. No es original, como casi nada de lo que se piensa, muchos  psicoanalistas lo han dicho ya.

Un psicoanalista amigo, dice que el hecho de recostarse en el diván y "hablar" es hacer público un texto que va a quedar en el anonimato. En el anonimato del practicable del psicoanalista, como lo llama él.

Ese texto que publicamos, sesión tras sesión, adquiere un valor incalculable. Es un valor que se puede cifrar en las transformaciones que se producen en el sujeto que se analiza. Se tiende a pensar que cuando se va al psicoanalista es para que él nos analice... usted me dirá, usted me hará las interpretaciones oportunas. Y no. La labor del psicoanalista consiste en callarse (en cuanto sujeto que sabe lo que al otro le pasa) y acompañar a este analizante en este proceso de llegar a convertirse en su propio maestro. Quienes pasan por el diván lo saben.

Este tiempo de pandemia, nunca antes vivido, ha trastocado muchas cosas y está a punto de dar al traste con nuestra economía, y con nuestro ánimo. Estamos todos tratando de sacar fuerzas de flaqueza. La esperanza está puesta en la vacuna, ojalá que esta sea la solución y podamos volver a recuperar el espacio público sin miedo y volver a vernos de nuevo las caras. Mientras tanto hacemos lo que podemos, nos hablamos a través de videoconferencias, que no está mal. pero mucho mejor el cara a cara. Y también nos recostamos en el diván, cuando se puede aunque ahora, con las videoconferencias, tenemos que imaginarnos que el diván está presente. lo que representa el diván es justamente el protagonismo del analizante y la desaparición del psicoanalista como sujeto, en la medida de lo posible.

Sigamos escribiendo, sigamos hablando y sigamos por tanto analizándonos, para salir de este confinamiento anímico. 

Dedico estas pequeñas reflexiones a las integrantes del grupo de estudio de psicoanálisis, para que pronto podamos volver a juntarnos en persona y no tengamos que hacer los encuentros por videoconferencia. Para Paula, Judith, Natalia y Marian.

Fernando Reyes   

jueves, 10 de septiembre de 2020

Volver a la versión clásica

Cuando intentaba publicar esta entrada, al abrir el blog, me ha salido una ventana en la que se me preguntaba si quería volver a la versión clásica; por desconocimiento o precipitación, la he cerrado, y me ha salido la nueva versión. Este nuevo formato no me ha gustado nada y por suerte he podido, volver a la versión clásica, después de darle muchas vueltas al asunto.
Empiezo así, aunque no era mi intención hacerlo de esta manera. Pensaba en títulos como: Pandemia y Psicoanálisis, o, El virus y las relaciones sociales,o, La nueva normalidad. Pero al pensar en estos títulos me venían a la memoria la cantidad de artículos y conferencias que se han publicado y se han dado, a propósito del tema, y me he dicho, ¿Qué más puedo añadir yo?
No se me ha ocurrido nada que pudiera ser interesante, como no fuera decir que esto de La nueva normalidad, me parece una cosa absurda y falsa. ¿Acaso esta nueva versión del formato del Blog, pertenece a esa supuesta nueva normalidad?

En estos meses atrás se ha especulado mucho sobre la idea de si el virus nos iba a cambiar, nos iba a hacer más sociables, más humanos ¿Piensan ustedes que lo ha hecho?

Ahora nos saludamos más cuando nos encontramos por la calle, eso sí... ¡¡¡Guardando las distancias!!! no vaya a ser que... Respetamos las colas en la panadería y en el supermercado... ¡Qué remedio! Ahora, antes de sentarnos en una terraza, esperamos a que la camarera o el camarero nos de permiso, previa desinfección de la mesa y las sillas.

Y también llevamos nuestras correspondientes mascarillas, hay gente que no o que las lleva incorrectamente ¿Se acuerdan de cuando no eran obligatorias? 

Muchas de las personas con las que me relaciono, tanto a nivel personal, como a nivel profesional, me hablan de su cansancio. Ya están hartos de llevar la mascarilla. Pero claro, es preferible eso que exponerse a una sanción o incluso peor, a contraer una enfermedad que nos podría llevar a la muerte.

¿Quiere esto decir que nos hemos humanizado, o es que ya éramos así y que por dejadez o por costumbre, nos habíamos olvidado de las buenas formas? Aprovecho esta pregunta, para recomendar la lectura del libro:"La desaparición de los rituales" de Byung- Chul Han, editado por Herder, Barcelona 2020

Participo en un grupo al que hemos denominado " Grupo de trabajo sobre Psicoanálisis " Hemos pasado por diferentes fases, antes de que empezara todo este asunto de la pandemia, nos reuníamos en un despacho, que supimos convertir en sala de reuniones. Cuando empezó el confinamiento, hicimos encuentros virtuales (Aunque era un poco raro hablar unos con otros a través de la pantalla del ordenador, no estuvo mal del todo) después, cuando ya se pudo volver a salir encontramos algún sitio que tuviera el suficiente espacio para continuar con nuestros encuentros, por ejemplo un restaurante.

Los temas que se han ido suscitando, en estos encuentros de grupo, han partido de consideraciones teóricas sobre el Psicoanálisis, derivadas de la lectura de libros que trataban sobre el tema o que lo sugerían y poco a poco la cosa fue cambiando de cariz y empezamos a tratar todo tipo de temas, pero sobretodo aquellos que tuvieran para nosotros un valor de verdad y de libertad. Hablamos a " Calzón quitáo " parafraseando una obra de teatro que se tituló así. El grupo sigue, nos encontramos una vez al mes aproximadamente y nos sirve a todos como un bálsamo (Según nos hemos dicho unos a otros) No es un grupo de análisis al uso, no tiene ninguna intención terapéutica, lo que todos los participantes tenemos en común es que hemos pasado por la experiencia del psicoanálisis, o estamos en ella.

Después de mucho tiempo sin ideas para publicar una entrada en este Blog, se me ha ocurrido que hablar de todo lo anterior, era una buena idea. Espero que no haya quedado demasiado deslavazado y pueda suscitar el interés de quienes la lean.

Dedico especialmente estas líneas a: Judith Barberena, Natalia Ardanaz, Marian Esteban y Paula Rodríguez.

Fernando Reyes 

jueves, 19 de marzo de 2020

La necesidad del otro

Escribo otro con minúscula, aunque en al ámbito del psicoanálisis, se tiende a escribir con mayúscula para referirse a ese otro en general, lo que se llegó a llamar el gran otro. Esa madre nutricia en primer lugar. O quien haga sus funciones. Ese otro, sea quien sea, que nos sostiene. Cuando un niño nace no ve, todavía, (al menos con la nitidez que llega a alcanzar un poco de tiempo después) pero si huele, oye, nota el contacto de la piel y por supuesto nota el pecho en su boca. Lo que dice Freud de este primer contacto es que además de ser un momento alimenticio, también es, por decirlo así, la inauguración de la pulsión oral, para decirlo sencillamente la erotización de la boca. Me atrevo a decir que este es el punto inaugural de la erotización del resto del cuerpo. Aunque si se piensa bien lo primero que le ocurre al bebe es que le limpian el ano y los genitales, es posible que las sensaciones de alivio y de placer empiecen por ahí. Todo esto son especulaciones porque también se sabe que el tono de la voz del padre y de la madre, de las personas que dan la bienvenida, son importantísimos para el bebe. Insisto, especulaciones. ¡Cómo vamos a saber lo que acontece en la vida de ese ser humano recién nacido sin equivocarnos!
Parece que lo que sí sabemos es que cuando a un niño le faltan todas esas cosas, esa bienvenida, ese acogimiento dentro de un entorno amable y cálido, exhibe toda una colección de síntomas y de malestares. Solo hay que fijarse en los niños que están en los orfanatos; que han sido abandonados, por negligencia o por imposibilidad de los padres de mantenerlos y educarlos, a las procelosas manos de un destino incierto.
En cualquier caso, todo este circunloquio, bastante mal hilvanado, por cierto, me sirve como introducción para abordar lo que pretende ser el tema de la entrada "La necesidad del otro".
Insisto en escribirlo con minúscula, por que ese otro, son nuestros otros. Padres, madres, hijos, parejas, amigos, hermanos, compañeros de trabajo, tenderos que nos abastecen diariamente de todo lo que necesitamos para sobrevivir, y una cantidad infinita de personas sin las cuales, caemos en el desamparo.
En la situación actual de alarma y de aislamiento de confinamiento, de reclusión, es en la que verdaderamente nos damos cuenta de lo importantes que son todos aquellos que nos sostienen cotidianamente. No poder darnos la mano, no poder darnos un beso, cuando nos encontramos con un amigo por la calle. Ahora, si es que vemos a alguien conocido por la calle, tenemos que hacerle una seña desde el otro lado de la acera. Tener que perder de vista a la cajera del supermercado, porque al tener hijos pequeños, le han recomendado, sugerido, obligado a quedarse en casa por que es población vulnerable. Y no poder decirle ¿Cómo estás Vanessa? Bien y ¿Tu que tal? Ver a las panaderas que nos atienden con mascarilla detrás de unos plásticos que cubren toda la extensión del mostrador, que nos dan el pan con guantes y que nos cogen el dinero que previamente hemos depositado en un plato. Y casi no poder preguntar ¿Hola Natalia, cómo estás? bien y ¿Tu que tal Fernando. O el frutero y la frutera que están en una situación parecida. Creo que en esta situación somos como niños desamparados. Porque entrar en un sitio y ver a los otros, ¿Quién es el último? ¿Quién da la vez? es fundamental para nuestra vida. 
Quiero dedicar esta entrada a Natalia, mi panadera, a Maica, mi frutera, a Jose, mi carnicero, a Vanessa, mi cajera del supermercado, a Yolanda, mi quesera. Pongo mis, porque son míos. Y por supuesto a mis estimadísimas del grupo de reflexión sobre psicoanálisis, Judith, Natalia, Marian y Paula.

Fernando Reyes


lunes, 9 de marzo de 2020

El caos de los recuerdos

Me van a permitir que tome prestado un párrafo (un poco largo, pero muy interesante), del maravilloso libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco, Que edita Siruela Biblioteca de Ensayo, 5ª edición: enero de 2020. El párrafo está en la página, 313. Vaya por delante que, Juan José Millás, en su columna de EL País, de uno de estos viernes atrás (no recuerdo la fecha) recomendó la lectura de este libro, por considerarlo uno de los mejores libros que se habían publicado últimamente. Lo compré y lo leí. El libro me ha parecido una maravilla, entonces, después de este preámbulo voy al texto de Irene:

 "El caos de las librerías se parece mucho al caos de los recuerdos. Sus pasillos, sus anaqueles, sus umbrales son espacios habitados por la memoria colectiva y por las memorias individuales. Allí tropezamos con biografías, con testimonios y con largos estantes de ficciones donde los escritores desnudan la verdad de muchas vidas. los lomos gruesos de los libros de historia, como camellos de una lenta caravana, nos ofrecen guiarnos en la ruta hacia el pasado. Investigaciones, sueños, mitos y crónicas, dormitan juntos en la misma penumbra. El azar de un encuentro o de un rescate es siempre posible.
 No es casual que en Austerlitz, de W. G. Sebald, el protagonista recupere el recuerdo suprimido de su niñez precisamente en una librería. Criado en un pequeño pueblo de Gales por unos ancianos padres adoptivos que nunca le revelaron su procedencia, Jacques Austerlitz arrastraba desde siempre una tristeza inexplicable. Como un sonámbulo que tiene su propio despertar, durante años se había cerrado a cualquier conocimiento de la tragedia de la cual su propia vida era un capítulo arrancado. No leía periódicos, encendía la radio sólo a horas determinadas, perfeccionaba un sistema de cuarentena que lo mantenía a salvo de cualquier contacto con su historia anterior. pero ese intento de inmunizarse contra la memoria venía acompañado de alucinaciones y sueños angustiosos, y finalmente estalló en forma de derrumbamiento nervioso. Cierto día de primavera en Londres, durante uno de sus abatidos paseos por la ciudad, entró en una librería en las proximidades del Museo Británico. La propietaria, que estaba sentada en posición ligeramente ladeada junto a su escritorio cargado de papeles y libros, respondía al mitológico nombre de Penélope Peacefull . Y es que, sin saberlo, el viajero reticente acababa de encontrar el camino de regreso a Ítaca.
 Reinaba la calma en la librería. Penélope levantaba de vez en cuando la cabeza, sonreía a Jacques y luego volvía a mirar a la calle, sumida en sus pensamientos. De la vieja radio encendida brotaban voces chisporroteantes pero suaves, que cautivaron al recién llegado. Poco a poco éste fue quedándose inmóvil, como si no pudiera perderse ni una sílaba de aquella emisión. Dos mujeres recordaban cómo, en el verano de 1939, siendo niñas, las habían enviado a Inglaterra desde Centroeuropa para salvarlas de la persecución nazi. Austerlitz, aterrorizado, supo que los recuerdos fragmentarios de esas mujeres eran también los suyos. De golpe volvió a ver el agua gris del puerto, las sogas y cadenas del ancla, la proa del buque, más alta que una casa, las gaviotas que sobrevolaban su cabeza chillando furiosamente. Las esclusas de su memoria se abrieron ya sin remedio, liberando una catarata de certezas angustiosas. Que era un refugiado judío, Que su primera infancia transcurrió en Praga. Que a los cuatro años fue separado para siempre de su familia verdadera. Que el resto de su vida consistiría en buscar - casi seguro inútilmente - el rastro de todas sus pérdidas.
 -¿Se encuentra bien? - preguntó la librera Penélope, preocupada por su gesto petrificado.
 Austerlitz supo por fin el motivo de haberse sentido siempre un transeúnte en todas partes, sin tierra ni brújula, solitario y perdido.
 A partir de esa mañana en la librería, seguimos al protagonista en su deambular por una dolorosa ruta de ciudades europeas, rastreando la identidad que le arrebataron. Se suceden una serie de epifanías. Jacques consigue reconstruir la figura de su madre, una actriz de variedades asesinada en el campo de concentración de Theresienstadt. En Praga encuentra a una vieja amiga de sus padres, con la que se entrevista. Recupera fotografías antiguas. Examina a cámara lenta un documental propagandístico de los nazis, buscando un rostro de mujer que hiera su memoria. Acude a lugares donde reverberan ecos: a bibliotecas, a museos, a centros de documentación, a librerías. La novela es en el fondo una loa de esos territorios donde se conjura el olvido.
 En la obra de Sebald, la proporción de ficción y no ficción acostumbra a ser una incógnita. Tenemos la impresión de que sus criaturas proceden de zonas fronterizas entre ambas. Aunque ignoramos si el melancólico Austerlitz es un individuo real o un símbolo, caminamos a su vera, interpelados por el espanto y la tristeza de sus palabras. Sea como sea, queda claro que el escritor, como su personaje, necesita dejar testimonio de una época infernal que se está desvaneciendo como niebla dispersada por el viento. El dolor que atraviesa la historia no se puede reparar, los vacíos son imposibles de llenar, pero la tarea de documentarse y testificar nunca será en vano. El incesante olvido engullirá todo, a no ser que le opongamos el esfuerzo abnegado de registrar lo que fue. Las generaciones futuras tienen derecho a reclamarnos el relato del pasado.
 Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas. Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida"

 Una de las premisas del psicoanálisis es la sugerencia que se hace a quien decide emprenderlo, de intentar el recuerdo, la escritura en palabras de la propia biografía. Hay quien dice que no tiene recuerdos (lo que es imposible) o quien dice que tiene la memoria de un pez (no sé muy bien que quiere esto decir ¿Qué no tiene memoria?), es posible que tengamos recuerdos borrosos, incluso algunos falsos. Néstor Braunstein, en su trilogía sobre la memoria titula uno de sus volúmenes: "La memoria, la inventora" y otro lo titula "Memoria y espanto" y el tercero "La memoria del uno, la memoria del Otro", publicados en Siglo XXI.

 Néstor sugiere que hay que recordar para olvidar y recordar para no repetir. La regla fundamental del psicoanálisis que es la asociación libre: "decir todo lo que nos venga a la cabeza" es la manera de propiciar el recuerdo. La memoria es asociativa... una cosa lleva a otra.

Gracias, Irene Vallejo, por escribir este libro maravilloso: "El infinito en un junco" en el que has recogido en este apartado lo que significa para la vida de una persona la posibilidad de recuperar sus recuerdos.

También quiero agradecer y dedicar esta entrada a Judith, Natalia, Marian y Paula. Que me han animado a seguir escribiendo. Que es tanto como decirme que... "¡no me olvide de escribir!"

Fernando Reyes
  


miércoles, 25 de septiembre de 2019

Una vuelta más de tuerca sobre la autoestima

La palabra viene a significar "quererse  sí mismo", pensándolo bien uno dice..." pues vaya tontería como no voy a quererme a mí mismo, si eso es la cosa más fácil del mundo". Se hacen incluso chistes: "No me doy un beso porque no me llego" y cosas por el estilo. Y los amigos cuando le ven a uno triste le dicen, "pero qué te pasa hombre con lo majo que eres tu, vamos hombre anímate. O las amigas, "pero chica porqué estás tan triste, si lo tienes todo... si no tienes de qué quejarte, ¡hala venga ánimo!. Y el uno y la otra con la mirada fija en el horizonte como si no fuera con ellos, como si no escucharan, con la mirada perdida."Sí, sí, ya, ya. Pero si yo estoy bien, si no me pasa nada" y en su fuero interno aparecen ideas tales como, "pero qué hago yo aquí, para qué sirvo, qué es esto de la vida,... quizá hubiese sido mejor no haber nacido, o quizá sería mejor que me muriera". Todas estas ideas de ruina, de catástrofe, de derrota, no pueden airearse así como así. Nuestros próximos se asustan, ven que nos pasa algo pero ni ellos ni nosotros sabemos decir qué es.
Si me voy un poco a la teoría tengo que decir que hay un postulado que reza: "La angustia no es sin objeto" para enunciarlo un poco más comprensible yo lo diría así; "cuando nos angustiamos es por algo" aunque a veces, ese algo resulte enigmático o totalmente desconocido. Eso puede ser una tontería o incluso una idea. La mayor parte de las veces es una idea, o son muchas ideas y todas relacionadas con el miedo a vivir. Enfrente está el vacío.
El psicoanálisis ofrece una alternativa a los tratamientos medicamentosos. No es la única. Pero a mí me parece válida. No voy a decir que sea la mejor, pero es buena. Y ¿de qué se trata? Pues se trata simplemente de hablar. Siguiendo la regla fundamental del psicoanálisis que es: diga todo lo que se le ocurra, todo aquello que le venga a la cabeza y trate de no censurar ninguno de sus pensamientos.
Entonces en ese practicable que es el gabinete del o de la, psicoanalista, es donde pueden y deben desplegarse todas esas ideas, todos esos pensamientos que no pueden ser expresados en ningún otro sitio. La escucha psicoanalítica, que es una atención flotante, que quiere decir, escuchar más allá de lo anecdótico del relato, nos ayuda a desentrañar el enigma. Nuestro propio enigma.
Gracias por la atención que me prestan quienes tienen la deferencia de leer lo que escribo.
Fernando Reyes 

jueves, 8 de agosto de 2019

El psicoanalista

El psicoanalista no es un terapeuta al uso: cuando pensaba en publicar esta entrada no encontraba un título, ni sabía muy bien de qué hablar. Este no saber muy bien de qué hablar es lo que sucede a quien consulta con un psicoanalista para ir a contarle sus malestares. Puesto que este psicoanalista lo que le va a proponer a quien le ha llamado y ha concertado la cita es que diga todo lo que se le ocurra. Le va a proponer lo que se conoce como la regla fundamental del psicoanálisis es decir: la Asociación Libre; lo escribo con negrita porque esta práctica es fundamental. Pero bien mirado, no es otra cosa que lo que hacemos cuando damos rienda suelta a nuestros pensamientos en una reunión de amigos. O en un club de lectura. Es imposible hablar, incluso de política sin que se trasluzca algo de lo personal, también lo escribo con negrita porque es, así mismo, lo que no cesa de llamar a la puerta. Permítaseme esta metáfora para no recurrir a términos teóricos que no harían sino enturbiar lo que intento transmitir. En cierta ocasión una paciente me preguntó ¿se puede mentir al psicoanalista? y yo le respondí que sí; ella de inmediato hizo esta reflexión: ¡claro pero si le miento a usted, sería como mentirme a mi misma!
¡Diga lo que se le ocurra! tiene siempre un efecto de verdad, tanto sobre lo que se dice como sobre lo que se calla; si no voy a decir la verdad, ¡entonces para qué vengo! sería la siguiente conjetura. Otra cosa es que esta verdad se pueda decir o se pueda escuchar fácilmente.
Si se va a conformar quien consulta con hablar de sus síntomas y de sus malestares, aunque empiece por eso, perderá la oportunidad de ampliar el campo de visión. Viene de suyo que después de haber dicho: me duele la cabeza o tengo ansiedad (angustia decimos los psicoanalistas) ya no se nos ocurra decir nada más, aunque se esté pensando...(ahora dígame, usted que es el experto, qué hago para que se me pase) y este sea un pensamiento dirigido a este que se sienta enfrente. Perdonen que no haga estas cosas que se hacen ahora de poner todo el rato ellos y ellas. El psicoanalista no tiene género, así que me vale igual, para los efectos, que sea hombre o que sea mujer. Hay quien ha probado las dos cosas y quien tiene su preferencia.
Para no hacer esta entrada interminable (se ve que hace tiempo que no escribía y por eso me estoy explayando) solo añadir que es, este no quedarse en la demanda de, ¡cúreme usted que es el experto!, lo que le confiere al psicoanalista su carácter especial. Es entonces cuando aparece la idea de que, quien consulta con un psicoanalista, un futuro o posible analizante, este es un término que acuñó Lacan, para desproveer al término paciente de todo sentido, está directa y profundamente implicado, en sus malestares. Hay quien está dispuesto a aceptar el reto y sigue hasta el final. Hay quien no y entonces se marcha por donde ha venido más o menos decepcionado.
En esta .época de prisas y de fármacos, muy poca gente quiere tomarse el tiempo y aceptar el reto, pero créanme, merece la pena, y si no... pregunten a quien lo haya hecho.

Fernando Reyes