Desde
que nacemos[1]
La influencia efectiva de la
sociedad sobre el individuo comienza, si no antes, con el nacimiento; así pues,
desde el día mismo en que tiene lugar éste. No es nuestra intención dilucidar
aquí lo que la salud de la madre, la alimentación y el cuidado del niño
significan para su futuro físico y psíquico. Todo esto depende en gran medida
de la riqueza del país, del nivel alcanzado por la ciencia, del nivel social de
los padres. Tras los primeros meses se convierte en decisivo algo de lo que
todos hablan, pero pocos describen con alguna exactitud: el amor maternal. Un
amor que no consiste en el sentimiento, pero tampoco simplemente en la
reflexión, que debe encontrar su expresión adecuada. El bienestar del niño y la
confianza que puede tener en las personas y cosas de su entorno dependen
ampliamente de la amabilidad serena, y a la vez fluida, del calor y de la
sonrisa de la madre o de la persona que ocupa su lugar. La indiferencia y la frialdad,
los gestos abruptos, el desasosiego y la desgana de quien lo cuida pueden
perturbar para siempre la relación del niño con los objetos, con los hombres y
con el mundo; pueden, en fin, dar lugar a un carácter frío, incapaz de
reacciones espontáneas. Esto es algo que se sabía ya en la época del Émile de Rousseau, de John Locke, e
incluso antes; pero solo hoy se empieza a comprender el nexo en sus elementos,
y no se precisa de la sociología para poder percibir ya que la madre oprimida
por preocupaciones y negocios externos ejerce una influencia distinta a la
deseada. En el primer año de vida, antes de ser capaz de reflexionar y de
distinguir entre sí mismo y el entorno, la persona es determinada ya en muy
alto grado socialmente hasta en matices de su ser que no se desarrollarán sino
mucho después. Incluso los sentimientos se aprenden. Entre las capacidades que
todo ser, en cuanto ser biológico, lleva consigo, figura la de amoldarse y
ajustarse, la mímesis. Gestos y ademanes, el tono de la voz, el modo de andar,
todo ello toma cuerpo en el niño como eco de la expresión de adultos queridos y
admirados. Las reacciones anímicas son adquiridas, si no en lo que afecta a su
contenido, sí en su forma; y si la rígida separación en el análisis de una obra
de arte lleva ya al error, tanto más ocurre eso mismo en la interpretación de
los sentimientos humanos. Duelo y felicidad, el respeto y la devoción dados y
recibidos, el recelo y la entrega surgen paralelamente a la representación de
gestos y ademanes, puesto que <>,
como dice Goethe. Lo que con tanta facilidad se registra como marca anímica se retrotrae
en parte decisiva a impresiones y reacciones de la primera infancia, y es reforzado
y modificado luego por las circunstancias y acontecimientos de los años
posteriores. Que uno esté centrado en la validez y estima del propio yo o que
sea capaz de desarrollar un vivo interés por lo que le rodea y entregarse a
personas y cosas, la profundidad y superficialidad de la sensación e incluso
del pensamiento, todo ello no es un simple hecho natural, sino un resultado
histórico. La posición social de los padres, las relaciones que mantienen entre
sí, la estructura interior y exterior de la familia y, de modo mediado, la
constitución de la época, globalmente considerada, desempeñan ahí un papel. El carácter
de un individuo no resulta menos determinado por el tiempo, el lugar, las
circunstancias políticas, la libertad o la esclavitud y su religión. Con harta
claridad ha formulado la filosofía clásica alemana la no autonomía del ser
individual singularmente considerado.
Respecto
de éste (para el individuo singular) resultan necesarias… todavía otras
realidades, que aparecen igualmente como especialmente
existentes para sí; solamente junto a ellas y en su relación se realiza el
concepto. El individuo singular para sí no corresponde a su concepto…[2]
Dicho con otras palabras,
solo en relación con el todo al que pertenece y en el contexto del mismo, es real el individuo. Sus determinaciones esenciales,
carácter e inclinaciones, profesión y comprensión del mundo, surgen de la
sociedad y su destino en ella. En qué medida la sociedad existente en cada caso
corresponda al propio concepto, y con ello a la razón, no es cosa concertada de
antemano, por supuesto.
[1] El texto
que se incluye a continuación está tomado en su totalidad de: Max Horkheimer, Sociedad, razón y libertad. Traducción
e introducción de Jacobo Muñoz. Editorial Trotta. Madrid 2005. Págs. 28-29.
[2] G. W. F.
Hegel, Enzyklopädie, I, 213 (trad. cast.
de R. Valls Plana, Enciclopedia de las
ciencias filosóficas, Alianza, Madrid, 2005.
Gracias por estas reflexiones, me ha encantado lo del individuo real dentro de un contexto...comparto esa opinión de que somos resultado la historia personal y colectiva.
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