jueves, 8 de agosto de 2019

El psicoanalista

El psicoanalista no es un terapeuta al uso: cuando pensaba en publicar esta entrada no encontraba un título, ni sabía muy bien de qué hablar. Este no saber muy bien de qué hablar es lo que sucede a quien consulta con un psicoanalista para ir a contarle sus malestares. Puesto que este psicoanalista lo que le va a proponer a quien le ha llamado y ha concertado la cita es que diga todo lo que se le ocurra. Le va a proponer lo que se conoce como la regla fundamental del psicoanálisis es decir: la Asociación Libre; lo escribo con negrita porque esta práctica es fundamental. Pero bien mirado, no es otra cosa que lo que hacemos cuando damos rienda suelta a nuestros pensamientos en una reunión de amigos. O en un club de lectura. Es imposible hablar, incluso de política sin que se trasluzca algo de lo personal, también lo escribo con negrita porque es, así mismo, lo que no cesa de llamar a la puerta. Permítaseme esta metáfora para no recurrir a términos teóricos que no harían sino enturbiar lo que intento transmitir. En cierta ocasión una paciente me preguntó ¿se puede mentir al psicoanalista? y yo le respondí que sí; ella de inmediato hizo esta reflexión: ¡claro pero si le miento a usted, sería como mentirme a mi misma!
¡Diga lo que se le ocurra! tiene siempre un efecto de verdad, tanto sobre lo que se dice como sobre lo que se calla; si no voy a decir la verdad, ¡entonces para qué vengo! sería la siguiente conjetura. Otra cosa es que esta verdad se pueda decir o se pueda escuchar fácilmente.
Si se va a conformar quien consulta con hablar de sus síntomas y de sus malestares, aunque empiece por eso, perderá la oportunidad de ampliar el campo de visión. Viene de suyo que después de haber dicho: me duele la cabeza o tengo ansiedad (angustia decimos los psicoanalistas) ya no se nos ocurra decir nada más, aunque se esté pensando...(ahora dígame, usted que es el experto, qué hago para que se me pase) y este sea un pensamiento dirigido a este que se sienta enfrente. Perdonen que no haga estas cosas que se hacen ahora de poner todo el rato ellos y ellas. El psicoanalista no tiene género, así que me vale igual, para los efectos, que sea hombre o que sea mujer. Hay quien ha probado las dos cosas y quien tiene su preferencia.
Para no hacer esta entrada interminable (se ve que hace tiempo que no escribía y por eso me estoy explayando) solo añadir que es, este no quedarse en la demanda de, ¡cúreme usted que es el experto!, lo que le confiere al psicoanalista su carácter especial. Es entonces cuando aparece la idea de que, quien consulta con un psicoanalista, un futuro o posible analizante, este es un término que acuñó Lacan, para desproveer al término paciente de todo sentido, está directa y profundamente implicado, en sus malestares. Hay quien está dispuesto a aceptar el reto y sigue hasta el final. Hay quien no y entonces se marcha por donde ha venido más o menos decepcionado.
En esta .época de prisas y de fármacos, muy poca gente quiere tomarse el tiempo y aceptar el reto, pero créanme, merece la pena, y si no... pregunten a quien lo haya hecho.

Fernando Reyes 

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