jueves, 19 de marzo de 2020

La necesidad del otro

Escribo otro con minúscula, aunque en al ámbito del psicoanálisis, se tiende a escribir con mayúscula para referirse a ese otro en general, lo que se llegó a llamar el gran otro. Esa madre nutricia en primer lugar. O quien haga sus funciones. Ese otro, sea quien sea, que nos sostiene. Cuando un niño nace no ve, todavía, (al menos con la nitidez que llega a alcanzar un poco de tiempo después) pero si huele, oye, nota el contacto de la piel y por supuesto nota el pecho en su boca. Lo que dice Freud de este primer contacto es que además de ser un momento alimenticio, también es, por decirlo así, la inauguración de la pulsión oral, para decirlo sencillamente la erotización de la boca. Me atrevo a decir que este es el punto inaugural de la erotización del resto del cuerpo. Aunque si se piensa bien lo primero que le ocurre al bebe es que le limpian el ano y los genitales, es posible que las sensaciones de alivio y de placer empiecen por ahí. Todo esto son especulaciones porque también se sabe que el tono de la voz del padre y de la madre, de las personas que dan la bienvenida, son importantísimos para el bebe. Insisto, especulaciones. ¡Cómo vamos a saber lo que acontece en la vida de ese ser humano recién nacido sin equivocarnos!
Parece que lo que sí sabemos es que cuando a un niño le faltan todas esas cosas, esa bienvenida, ese acogimiento dentro de un entorno amable y cálido, exhibe toda una colección de síntomas y de malestares. Solo hay que fijarse en los niños que están en los orfanatos; que han sido abandonados, por negligencia o por imposibilidad de los padres de mantenerlos y educarlos, a las procelosas manos de un destino incierto.
En cualquier caso, todo este circunloquio, bastante mal hilvanado, por cierto, me sirve como introducción para abordar lo que pretende ser el tema de la entrada "La necesidad del otro".
Insisto en escribirlo con minúscula, por que ese otro, son nuestros otros. Padres, madres, hijos, parejas, amigos, hermanos, compañeros de trabajo, tenderos que nos abastecen diariamente de todo lo que necesitamos para sobrevivir, y una cantidad infinita de personas sin las cuales, caemos en el desamparo.
En la situación actual de alarma y de aislamiento de confinamiento, de reclusión, es en la que verdaderamente nos damos cuenta de lo importantes que son todos aquellos que nos sostienen cotidianamente. No poder darnos la mano, no poder darnos un beso, cuando nos encontramos con un amigo por la calle. Ahora, si es que vemos a alguien conocido por la calle, tenemos que hacerle una seña desde el otro lado de la acera. Tener que perder de vista a la cajera del supermercado, porque al tener hijos pequeños, le han recomendado, sugerido, obligado a quedarse en casa por que es población vulnerable. Y no poder decirle ¿Cómo estás Vanessa? Bien y ¿Tu que tal? Ver a las panaderas que nos atienden con mascarilla detrás de unos plásticos que cubren toda la extensión del mostrador, que nos dan el pan con guantes y que nos cogen el dinero que previamente hemos depositado en un plato. Y casi no poder preguntar ¿Hola Natalia, cómo estás? bien y ¿Tu que tal Fernando. O el frutero y la frutera que están en una situación parecida. Creo que en esta situación somos como niños desamparados. Porque entrar en un sitio y ver a los otros, ¿Quién es el último? ¿Quién da la vez? es fundamental para nuestra vida. 
Quiero dedicar esta entrada a Natalia, mi panadera, a Maica, mi frutera, a Jose, mi carnicero, a Vanessa, mi cajera del supermercado, a Yolanda, mi quesera. Pongo mis, porque son míos. Y por supuesto a mis estimadísimas del grupo de reflexión sobre psicoanálisis, Judith, Natalia, Marian y Paula.

Fernando Reyes


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