lunes, 9 de marzo de 2020

El caos de los recuerdos

Me van a permitir que tome prestado un párrafo (un poco largo, pero muy interesante), del maravilloso libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco, Que edita Siruela Biblioteca de Ensayo, 5ª edición: enero de 2020. El párrafo está en la página, 313. Vaya por delante que, Juan José Millás, en su columna de EL País, de uno de estos viernes atrás (no recuerdo la fecha) recomendó la lectura de este libro, por considerarlo uno de los mejores libros que se habían publicado últimamente. Lo compré y lo leí. El libro me ha parecido una maravilla, entonces, después de este preámbulo voy al texto de Irene:

 "El caos de las librerías se parece mucho al caos de los recuerdos. Sus pasillos, sus anaqueles, sus umbrales son espacios habitados por la memoria colectiva y por las memorias individuales. Allí tropezamos con biografías, con testimonios y con largos estantes de ficciones donde los escritores desnudan la verdad de muchas vidas. los lomos gruesos de los libros de historia, como camellos de una lenta caravana, nos ofrecen guiarnos en la ruta hacia el pasado. Investigaciones, sueños, mitos y crónicas, dormitan juntos en la misma penumbra. El azar de un encuentro o de un rescate es siempre posible.
 No es casual que en Austerlitz, de W. G. Sebald, el protagonista recupere el recuerdo suprimido de su niñez precisamente en una librería. Criado en un pequeño pueblo de Gales por unos ancianos padres adoptivos que nunca le revelaron su procedencia, Jacques Austerlitz arrastraba desde siempre una tristeza inexplicable. Como un sonámbulo que tiene su propio despertar, durante años se había cerrado a cualquier conocimiento de la tragedia de la cual su propia vida era un capítulo arrancado. No leía periódicos, encendía la radio sólo a horas determinadas, perfeccionaba un sistema de cuarentena que lo mantenía a salvo de cualquier contacto con su historia anterior. pero ese intento de inmunizarse contra la memoria venía acompañado de alucinaciones y sueños angustiosos, y finalmente estalló en forma de derrumbamiento nervioso. Cierto día de primavera en Londres, durante uno de sus abatidos paseos por la ciudad, entró en una librería en las proximidades del Museo Británico. La propietaria, que estaba sentada en posición ligeramente ladeada junto a su escritorio cargado de papeles y libros, respondía al mitológico nombre de Penélope Peacefull . Y es que, sin saberlo, el viajero reticente acababa de encontrar el camino de regreso a Ítaca.
 Reinaba la calma en la librería. Penélope levantaba de vez en cuando la cabeza, sonreía a Jacques y luego volvía a mirar a la calle, sumida en sus pensamientos. De la vieja radio encendida brotaban voces chisporroteantes pero suaves, que cautivaron al recién llegado. Poco a poco éste fue quedándose inmóvil, como si no pudiera perderse ni una sílaba de aquella emisión. Dos mujeres recordaban cómo, en el verano de 1939, siendo niñas, las habían enviado a Inglaterra desde Centroeuropa para salvarlas de la persecución nazi. Austerlitz, aterrorizado, supo que los recuerdos fragmentarios de esas mujeres eran también los suyos. De golpe volvió a ver el agua gris del puerto, las sogas y cadenas del ancla, la proa del buque, más alta que una casa, las gaviotas que sobrevolaban su cabeza chillando furiosamente. Las esclusas de su memoria se abrieron ya sin remedio, liberando una catarata de certezas angustiosas. Que era un refugiado judío, Que su primera infancia transcurrió en Praga. Que a los cuatro años fue separado para siempre de su familia verdadera. Que el resto de su vida consistiría en buscar - casi seguro inútilmente - el rastro de todas sus pérdidas.
 -¿Se encuentra bien? - preguntó la librera Penélope, preocupada por su gesto petrificado.
 Austerlitz supo por fin el motivo de haberse sentido siempre un transeúnte en todas partes, sin tierra ni brújula, solitario y perdido.
 A partir de esa mañana en la librería, seguimos al protagonista en su deambular por una dolorosa ruta de ciudades europeas, rastreando la identidad que le arrebataron. Se suceden una serie de epifanías. Jacques consigue reconstruir la figura de su madre, una actriz de variedades asesinada en el campo de concentración de Theresienstadt. En Praga encuentra a una vieja amiga de sus padres, con la que se entrevista. Recupera fotografías antiguas. Examina a cámara lenta un documental propagandístico de los nazis, buscando un rostro de mujer que hiera su memoria. Acude a lugares donde reverberan ecos: a bibliotecas, a museos, a centros de documentación, a librerías. La novela es en el fondo una loa de esos territorios donde se conjura el olvido.
 En la obra de Sebald, la proporción de ficción y no ficción acostumbra a ser una incógnita. Tenemos la impresión de que sus criaturas proceden de zonas fronterizas entre ambas. Aunque ignoramos si el melancólico Austerlitz es un individuo real o un símbolo, caminamos a su vera, interpelados por el espanto y la tristeza de sus palabras. Sea como sea, queda claro que el escritor, como su personaje, necesita dejar testimonio de una época infernal que se está desvaneciendo como niebla dispersada por el viento. El dolor que atraviesa la historia no se puede reparar, los vacíos son imposibles de llenar, pero la tarea de documentarse y testificar nunca será en vano. El incesante olvido engullirá todo, a no ser que le opongamos el esfuerzo abnegado de registrar lo que fue. Las generaciones futuras tienen derecho a reclamarnos el relato del pasado.
 Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas. Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida"

 Una de las premisas del psicoanálisis es la sugerencia que se hace a quien decide emprenderlo, de intentar el recuerdo, la escritura en palabras de la propia biografía. Hay quien dice que no tiene recuerdos (lo que es imposible) o quien dice que tiene la memoria de un pez (no sé muy bien que quiere esto decir ¿Qué no tiene memoria?), es posible que tengamos recuerdos borrosos, incluso algunos falsos. Néstor Braunstein, en su trilogía sobre la memoria titula uno de sus volúmenes: "La memoria, la inventora" y otro lo titula "Memoria y espanto" y el tercero "La memoria del uno, la memoria del Otro", publicados en Siglo XXI.

 Néstor sugiere que hay que recordar para olvidar y recordar para no repetir. La regla fundamental del psicoanálisis que es la asociación libre: "decir todo lo que nos venga a la cabeza" es la manera de propiciar el recuerdo. La memoria es asociativa... una cosa lleva a otra.

Gracias, Irene Vallejo, por escribir este libro maravilloso: "El infinito en un junco" en el que has recogido en este apartado lo que significa para la vida de una persona la posibilidad de recuperar sus recuerdos.

También quiero agradecer y dedicar esta entrada a Judith, Natalia, Marian y Paula. Que me han animado a seguir escribiendo. Que es tanto como decirme que... "¡no me olvide de escribir!"

Fernando Reyes
  


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