Ayer durante la cena, Natalia me preguntó si ya no escribia en el Blog
sábado, 18 de octubre de 2025
sábado, 26 de abril de 2025
Narcisismo
Ayer durante la cena surgieron varios temas entre otros el del Blog, Natalia me comentó que hacía mucho que yo no publicaba nada en el Blog, lo que me movió a pensar en publicar una entrada.
yo en tiempos publicaba de vez en cuando, sobre todo, motivado por suscitar el interés de los lectores que podiesen convertirse en analizantes movidos por la lectura de textos en la página web en la que había un enlace al Blog.
Ahora ya no tengo web y tampoco tengo despacho de Psicoanálisis y por eso me resulta más difícil pensar en publicar una entrada. Natalia me dijo que ella me seguía y Marian me dijo que ella también. Eso suscitó en mí un sentimiento que podria denominar como "narcisista", lo que se resume en decirme "lo que yo escribo le interesa a alguien".
Ya que el título es Narcisismo, me parecía interesante empezar refiriendo esta anécdota de la cena de ayer. Esto me lleva a pensar en la época que atravesamos. Este tiempo, a mi parecer, se caracteriza por ser un tiempo extremadamente narcisista. Gracias a las redes sociales, todo el mundo publica fotos y videos hasta la saciedad. El representante mundial de esta tendencia es Donal Trump. A Donal solo le importa su imagen, su poder, su dinero y todo loque contribuya asituarle como la persona más importante del mundo, por encima de cualquier otro jefe de estado.
No tenía especial interés en habler de Trump, pero una cosa me ha llevado a la otra. Entonces lo que me interesa reseñar es esta deriva en la que todos estamos inmersos de publicar lo que hacemos, lo bien que lo pasamos lo bien que bailamos, lo guapos que salimos en la foto o en el video. Y cuantos más seguidores tengamos más felices seremos ¿De verdar es así?
Se me acaban las idéas. Espero haber contribuído un poquito a poner conciencia sobre lo que nos está pasando como sociedad, a quien le interese conocer más a fondo el mito de Narciso puede consultar en Wikipedia, hay una basta literatura sobre el tema incluídos los dos tipos de narcisismo que caracterizó Freud el primario y el secundario y sobre los trastornos narcisistas. Esto ha sido todo por hoy.
Dedico esta entrada a Marian, Natalia, Idoia, Judith, Paula y Alfaris.
Fernando Reyes
jueves, 22 de agosto de 2024
Jubilación
Unos breves apuntes sobre la jubilación
Algunos colegas míos, psicoanalistas, no se jubilan. Conozco a muchos a los que les ha jubilado la muerte. Yo sí he querido jubilarme a pesar de saber que en esta situación me iba a invadir un cierto vacío, y, así ha sido. Todo el mundo dice: que bien, jubilado, así tienes todo el tiempo para tí, para hacer lo que te de la gana... y así es tengo todo el tiempo para mí. Y parece que tengo que inventarme algo con lo que "entretenerme", que palabra, si se pudiera saber que es lo que significa realmente... llenar el tiempo, leer, estudiar, pintar, pasear, viajar... no hacer nada (eso es imposible)
A veces paso malos ratos sintiendo que haga lo que haga "me aburro". Alguien se ha parado a pensar que la vida es muy aburrida. A pesar de todo, creo que todos queremos seguir viviendo.
Cuando estaba en activo, escribía entradas en el blog para suscitar el interés de posibles clientes. Gentes que al leer lo que yo escribo pudieran interesarse y pedirma cita para una consulta... pero ahora ¿cual es la finalidad? Supongo que no es otra que la de establecer contacto con un hipotético lector.
No sé si esta será la última entrada o si habrá más, el tiempo lo dirá.
Pienso en Paula, Natalia, Judith, Idoia, Marian y Alfaris Inayar, integrantes de un grupo de discusión sobre psicoanálisis, a las que dedico esta entrada.
Un abrazo
Fernando Reyes
jueves, 11 de mayo de 2023
LA VIDA A RATOS
LA VIDA A RATOS
La vida a ratos, de Juan José
Millás
(Texto escrito por Fernando
Reyes)
He elegido “La vida a ratos” de
Juan José Millás, por que me parece uno de sus mejores libros y porque es en el
que se hace alusión al psicoanálisis con mayor profusión. Incluso describe
alguna sesión de su propio análisis. Lo que escribe, lo hace en forma de diario
o mejor dicho de semanario, porque no da cuenta de lo que le pasa todos los
días, sino que va escribiendo por semanas. Los capítulos están constituidos por
semanas. Un capítulo, una semana. He recogido algunos pasajes que me han
llamado poderosamente la atención, aunque si soy sincero, hubiese transcrito el
libro entero, palabra por palabra. Pero no se trata de eso. Cuando el texto es
el de Millás, está escrito en bastardilla, para distinguirlo de mi propio
texto. Aunque al leerlo, se verá claramente la diferencia. Y, empieza así:
La vida a ratos
Semana 1
LUNES. Pronto cumpliré sesenta
y siete años. ¿Soy un viejo? Evidentemente sí, pero a mi alrededor todo el mundo
lo niega.
-Anda, anda, no digas
tonterías.
A veces soy yo mismo el que lo
niega. Cuando paseo por el parque de buena mañana, por ejemplo, la imagen que
tengo de mí es la de un <<muchacho>>. Me estimula sentir el frío en
el rostro, me gusta apretar el paso hasta alcanzar el límite de la carrera,
pienso con ilusión en el periódico y la taza de té que me esperan al final de
la caminata. En ocasiones, a estas horas comienzo a imaginar ya la comida,
incluso me acerco al mercado y compro algo especial. Con frecuencia, mientras
voy de acá para allá, recuerdo la frase con la que comienza John Cheever sus
memorias: <<En la madurez hay misterio, hay confusión>>.
Cierto, hay misterio, hay
confusión, a veces el misterio procede de la confusión y la confusión del misterio.
Pero contesta ya, maldita sea, a la pregunta con la que te has levantado de la
cama este lunes de enero: ¿Eres o no eres viejo? Sí, coño, lo soy, soy viejo.
Un viejo.
MARTES. A vueltas todavía con
el asunto de ayer. Mientras atravieso el parque, oyendo crujir el hielo bajo
mis botas, pienso en los hormigueros, ahora cerrados. ¡Cuánto vive una hormiga,
cómo envejece, cuantos cadáveres habrá bajo la fina capa de hielo que se ha
formado durante la noche? ¿Cuán fría estará la tierra ahí abajo? Entonces me
viene a la cabeza la idea de escribir un diario de la vejez. ¿Por dónde
empezaría? La semana pasada, por ejemplo, estuve en el dentista, que me arrancó
la última muela del lado derecho de la mandíbula superior. Es la primera pieza
dental que pierdo, y por lo tanto posee un alto valor simbólico. He decidido no
reponerla, porque no afecta a la masticación ni a la estética (no se ve). Pero
no hago otra cosa que pasar la lengua por el cráter. La caída de los dientes
representa la castración. Por eso a los niños se les compensa, cuando pierden
los de leche, con un regalo del misterioso Ratoncito Pérez. A mí este animal me
daba miedo. Pensaba que podía comerme la colita, lo que significaría una
castración literal.
MIÉRCOLES. Resulta imposible
llevar un diario de la vejez como resulta imposible escuchar como crece la
yerba. La yerba y la vejez trabajan con idéntico sigilo, y a un ritmo parecido.
Vas perdiendo capacidades, pero a tal compás que no te enteras. Y te
acostumbras a esas pérdidas, claro.
¿Tienen recompensa las pérdidas? ¿Hay un ratoncito
Pérez de la vejez? No exactamente. La vejez tiene una rata grande, quizá la
Rata Pérez, que en un momento dado te compensa por todas las pérdidas con un
regalo absoluto llamado Muerte. La Muerte satisface todos los deseos, todos,
todos, todos. Tras su paso por el cuerpo de un ser humano, no queda en pie una
sola tensión. Quizá la Rata Pérez sea la madre del Ratoncito Pérez.
JUEVES. No está en mi
intención resultar fúnebre, pero se me está pasando la semana al modo de los
ejercicios espirituales de la infancia, en los que tanto se hablaba de las
postrimerías. Ahora bien, al mencionar el término postrimerías me viene a la
memoria la imagen de un cura, cuyo nombre he olvidado, que en transcurso de uno
de estos ejercicios espirituales nos habló del ratoncito Pérez. No recuerdo
cómo logró colarlo en medio de aquellas sesiones fúnebres, pero observado con
perspectiva me parece que fue un acierto literario. Lo que nos vino a decir fue
que el Ratoncito Pérez se llevaba nuestros dientes, dejándonos a cambio un
obsequio, para regalárselos a su madre, que estaba muy vieja. La imagen de una
rata vieja, sin dientes, me conmovió mucho, pero me produjo mucho asco también.
¿Esto es, maldita sea, un diario de la vejez? Esto es materia para el diván,
pero mi psicoanalista está enferma, ha cogido la gripe. O eso dice.
VIERNES. Comienza el fin de
semana. Se acabaron los ejercicios espirituales, pero empiezo a leer a un poeta
sueco de nombre Tranströmer. Parece el nombre de una medicina para las
alteraciones de carácter. Quizá lo sea. En todo caso su lectura me hace mucho
bien.
He
preferido dejar a Juan José Millás, autor de este libro “La vida a ratos” que
fuese él quien tomase la palabra, para mitigar el pánico que siento ante la
página en blanco, una vez “roto el hielo” me puede atrever a tomar la palabra.
Nada
más empezar a leer este libro la primera vez que lo hice , el 11 de junio del
2022, supe que me iba a gustar, y así fue. Terminé de leerlo unos días después,
concretamente , el 23 de junio del 2022. Tengo esa manía la de anotar cuando
empiezo a leer un libro y cuando termino de leerlo. Si echan la cuenta, verán
que, literalmente, me lo bebí. Teniendo en cuenta que tiene 477 páginas
Este
primer capítulo creo que da la pista de lo que va a ser el libro. Es un diario,
autobiográfico, en el que se van sucediendo las semanas y los acontecimientos
en la vida del autor incluidas las sesiones con sus psicoanalistas. Lo escribo
en plural, porque, si leen el libro, verán que son dos. Junan José Millás, es
un autor conocido entre el público español, no solo escribe libros, sino que
además da conferencias y habla por la radio, una vez a la semana, en un
programa divulgativo, que no tiene nada que ver con la posible transmisión del
psicoanálisis, pero que, con más o con menos intención, siempre deja alguna
perla en lo referente a la falta, esa falta en ser de la que tanto hablan los
psicoanalistas. Lo que vino a decir en uno de los últimos programas fue algo
así: “Todo el mundo quiere tener en su casa una habitación más”. “ A todos se nos queda pequeña la casa y siempre
estamos penando por la falta de sitio”. Juanjo, como le llama el locutor que
conduce el programa, añadió “claro esa habitación que falta, es una
simbolización de la falta que a todos nos constituye. Y añadió que si
encontráramos eso que tanto anhelamos resultaría que eso sería la muerte.
Millas
tiene el mismo desparpajo hablando que escribiendo, si deciden leer este libro
que tanto me ha gustado a mí, verán que leerlo es, como si estuvieran sentados
en el salón de su casa hablando con un amigo que les cuenta su vida, pero que
además lo hace con extraordinario sentido del humor. Cada capítulo tiene
siempre una parte risible, aunque lo que se esté contando sea la mayor de las tragedias.
Semana 11
JUEVES. Decido desengancharme
del juego de los siete errores que publica todos los días “La Vanguardia” en su
página de Pasatiempos (¿en cuál sino?). Vengo resolviéndolo desde hace un año o
dos bajo la estúpida superstición de que si lo dejo pasar ocurrirá alguna
desgracia. Que ocurra de una vez. Soy, desde pequeño, víctima de este tipo de
fantasías obsesivas. Quizá el mundo no se haya ido todavía al carajo gracias a
mí y a personas como yo, se pasan la vida realizando sortilegios contra las
desgracias propias y ajenas. Pero ya he llegado a mi límite. Tarde o temprano,
el mundo se tiene que acabar.
VIERNES. El mundo no se ha
acabado, quizá porque esta noche, a eso de las cuatro, me desperté empapado en
un sudor disolutivo, busqué el ejemplar de “La Vanguardia” de ayer y resolví el
juego de los siete errores. Mi mujer se despertó también y me preguntó qué
rayos hacía. Le respondí en tono de broma que estaba salvando al mundo, pero
ella sabía que lo decía en serio. <<No tardes>> se limitó a decir
Creo
que, en un par de párrafos, Millás hace un retrato perfecto de un obsesivo. Es
escueto pero muy certero, la respuesta de su mujer, que a la sazón es
psicoanalista, pone de manifiesto la poca importancia que ella le concede a las
obsesiones y a los rituales de su marido. Este pasaje, está escrito con la maestría
de quien se dedica a escribir guiones, sainetescos, para la televisión, para un
programa de “parejas”
Me
voy a ir al último capítulo. Acabo de recordar que, mi padre, que era muy
aficionado a leer novelas de Ágatha Chrsitie, siempre se iba a la última página
del libro para saber como terminaba. Aunque nunca tuvo una sorpresa porque el
asesino, siempre era descubierto y el lo sabía de antemano. Lo que es la
impaciencia…
Bueno,
pues, como decía, me voy a ir al último capítulo
Semana 194
LUNES. Voy
a visitar a un amigo enfermo y le llevo los periódicos del día.
-Déjalos
ahí-dice.
Los
abandono en una butaca del dormitorio de tal modo que caen mal y ahora parecen
un conjunto de pájaros de papel con las alas rotas. Cuando voy a arreglarlos,
me dice que lo olvide, que de todos modos no los va a leer. Me extraña, porque
es desde joven un fanático de la prensa.
-Debes
estar muy mal-le digo.
-¿Por lo de
los periódicos?
-Claro.
-Qué va,
dejé de leerlos cuando me di cuenta de que llevaba un tiempo pasando las
páginas sin detenerme en ninguna, echando un vistazo solo a los titulares. Ya
no hay crónica o noticia que resista la lectura del primer párrafo.
-¿Por dónde
te informas?
-No me
informo. Y tu tampoco. Vivimos con la fantasía de estar informados. Incluso
sobreinformados. La sobreinformación es uno de los síntomas de la
desinformación.
-Ya-le digo
por decir.
-Acércame
ese frasco de espray, por favor.
Se lo acerco y se pulveriza un par de veces el
interior de la boca.
-Es saliva
artificial-dice-. También uso lágrimas artificiales. Toda esa prensa que me has
traído es artificial, pero no me funciona.
-No debes
de estar tan grave-le digo, con la mala leche que gastas.
-Tampoco tú
estás grave y te vas a morir.
Al rato de hablar de esto y de
lo otro, me voy con los periódicos debajo del brazo y los ordeno en el
ascensor. Al salir a la calle, un autobús, a dos metros escasos de mí, arrolla
a un tipo que corría detrás de su perro.
MARTES.
Busco en la prensa digital, sin hallarla, alguna noticia sobre el tipo arrollado
por el autobús. Deduzco que no le ocurrió nada. Hay atropellos muy aparatosos
sin sustancia. Hace unos meses yo mismo, al cruzar una calle por donde no
debía, acabé bajo la carrocería de un coche sin sufrir un solo rasguño. Perdí
en cambio un zapato que no me fue posible recuperar porque se lo llevó una
furgoneta, pegado a su rueda. El conductor del coche me increpó duramente por
la imprudencia y pasé una vergüenza enorme. Fui calle abajo descalzo de un pie,
con la esperanza de encontrar una zapatería, pero ya no las hay, excepto en los
centros comerciales o en los grandes almacenes. Luego paré a un taxi e intenté
entrar en casa clandestinamente para no tener que dar explicaciones. Mi mujer
estaba en el hall, cambiando una bombilla fundida.
-Hola-dije.
-Hola-dijo-.¿Te
ha pasado algo?
-No, por
qué.
-Vienes
pálido.
El hall se hallaba en
penumbra, de modo que advirtió mi blanca palidez, pero no la ausencia del
zapato. Antes de que pusiera la bombilla nueva, escapé al dormitorio y me puse
las zapatillas de andar por casa. Escondí el zapato viudo en las profundidades
del armario. Aún debe de seguir completamente solo. Pobre.
MIÉRCOLES. Esta madrugada ha muerto mi amigo, el que
dejó de leer los periódicos. Acudo al tanatorio, lleno de periodistas porque era
de la profesión, y me integro en un grupo al que cuento la última visita que
hice al finado.
-Me confesó
que había dejado de leer los periódicos-les digo.
Me miran
como si fuera un marciano. Todos ellos han dejado de leer los periódicos.
-Yo los
compro, pero no los leo-digo al fin para hacerme perdonar
Oigo unas
risas, vuelvo la vista y es la viuda. Otra mujer le está contando algo que debe
de ser muy gracioso.
JUEVES.
Bajo a primera hora a comprar los periódicos y el quiosco está cerrado. No lo
abren hasta las nueve. Me voy a dar una vuelta por el parque, para hacer
tiempo, o para matarlo, no sé, y los cojo al regresar. Le cuento al quiosquero
la anécdota de los periodistas y mueve afirmativamente la cabeza.
-Cuando yo
me jubile-dice-, este quiosco se cierra. No hay relevo generacional ni de otro
tipo. A nadie la interesa un quiosco.
Me dan
ganas de preguntarle si puedo quedármelo yo. No me disgusta la idea de acabar
vendiendo algo que no leen ni los que lo hacen. Sería el punto final perfecto
para una vida absurda. Todas lo son. Ya en casa, busco la necrología de mi
amigo y es una peste. No logro pasar del primer párrafo. Estoy a punto de
escribir una carta de protesta al director, pero me reprimo.
Yo siempre
me reprimo.
Me pregunto:
El futuro del quiosco, ¿Será una premonición? ¿Es eso lo que le espera al
Psicoanálisis?
Los textos han
sido tomados de “La vida a ratos”. Juan José Millás. Primera edición abril
2019. Alfaguara.
Para, Idoia, Judith, Marian,
Natalia y Paula.
Fernando Reyes
viernes, 12 de febrero de 2021
Escribir, hablar, psicoanalizarse
Escribir, hablar, psicoanalizarse. Se me ha ocurrido este título, a propósito de que cuando se está pasando por un mal momento, se encuentra un gran alivio en la escritura. Algunos escritores dicen que se escribe mejor si se está en conflicto. Yo no lo sé, no soy escritor. Me hubiese gustado, pero una vez entregué un manuscrito a un amigo editor y me dijo "esto así no se puede publicar, hay talleres de escritura creativa, te puedes apuntar a uno y así aprendes a escribir". Iluso de mi, pensaba que ya sabía. A partir de entonces, se me quitó de la cabeza la idea de escribir para que alguien me publicara.
En otra ocasión, asistí a una pequeña charla que vino a dar a Pamplona es escritor Luis García Montero, para presentar un libro que publicaba en ese momento, me acerqué a saludarle y le comenté algo a propósito de mi afición a la escritura y me dijo, "cuando escribas, intenta que no está presente nada de lo personal", lo que ya me dejó totalmente fuera de combate.
La intención de esta entrada, no es hablar de la escritura, al menos de lo que se entiende por escritura, cuando se trata de encarar la elaboración de un ensayo o de una novela, pero entonces ¿De qué se trata?
Me he atrevido a plantear la hipótesis de que psicoanalizarse es algo así como escribir, pero escribir de otro modo, una escritura que no sea para publicar. No es original, como casi nada de lo que se piensa, muchos psicoanalistas lo han dicho ya.
Un psicoanalista amigo, dice que el hecho de recostarse en el diván y "hablar" es hacer público un texto que va a quedar en el anonimato. En el anonimato del practicable del psicoanalista, como lo llama él.
Ese texto que publicamos, sesión tras sesión, adquiere un valor incalculable. Es un valor que se puede cifrar en las transformaciones que se producen en el sujeto que se analiza. Se tiende a pensar que cuando se va al psicoanalista es para que él nos analice... usted me dirá, usted me hará las interpretaciones oportunas. Y no. La labor del psicoanalista consiste en callarse (en cuanto sujeto que sabe lo que al otro le pasa) y acompañar a este analizante en este proceso de llegar a convertirse en su propio maestro. Quienes pasan por el diván lo saben.
Este tiempo de pandemia, nunca antes vivido, ha trastocado muchas cosas y está a punto de dar al traste con nuestra economía, y con nuestro ánimo. Estamos todos tratando de sacar fuerzas de flaqueza. La esperanza está puesta en la vacuna, ojalá que esta sea la solución y podamos volver a recuperar el espacio público sin miedo y volver a vernos de nuevo las caras. Mientras tanto hacemos lo que podemos, nos hablamos a través de videoconferencias, que no está mal. pero mucho mejor el cara a cara. Y también nos recostamos en el diván, cuando se puede aunque ahora, con las videoconferencias, tenemos que imaginarnos que el diván está presente. lo que representa el diván es justamente el protagonismo del analizante y la desaparición del psicoanalista como sujeto, en la medida de lo posible.
Sigamos escribiendo, sigamos hablando y sigamos por tanto analizándonos, para salir de este confinamiento anímico.
Dedico estas pequeñas reflexiones a las integrantes del grupo de estudio de psicoanálisis, para que pronto podamos volver a juntarnos en persona y no tengamos que hacer los encuentros por videoconferencia. Para Paula, Judith, Natalia y Marian.
Fernando Reyes